Hay algunas cosas que no se pueden llevar a cabo sin amor, porque siempre el resultado será negativo. Una de ellas, para la cual el amor es imprescindible, es pintar caballos. Si uno no los ama intensamente, con verdadera pasión, no puede plasmarlos en la tela. Debe existir dentro de uno tanta admiración y respeto por él, que lápiz y pincel, dejarán de lado su rutina y se convertirán en caricias en manos del pintor. Acompañarán su galope, se agitarán en el ondular de sus crines, se estremecerán en sus músculos, temblarán en sus ijares, brillarán en sus ojos, arremeterán en su arrogancia sin altivez, y aparecerán como luz, en su belleza sin vanidad. De cualquier manera, la naturaleza siempre es más bella que el arte, no en vano Dios aparece en La Biblia sobre la grupa de un caballo blanco. Sin duda, jamás un pintor podrá encontrar en su paleta, todos los colores de su pelaje, todas las luces de sus reflejos, toda la magnificencia de su porte. Tampoco sus pinceles dirán de su nobleza y valentía, de su generosidad, de su fuerza y dignidad, de la tenacidad de su espíritu. Dios los modeló para preservar su esplendor a través de los siglos, nosotros los pintores, solo podemos reflejar un destello de Su creación.
Monica Tronconi
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