En la definición del Grupo A, derrotó por 18-15 a Chapa Uno y se convirtió en el primer finalista del certamen; la diferencia pudo ser mucho mayor
Fueron tres goles de diferencia. Pudieron ser muchos más. El partido que podía tener un desarrollo cerrado sólo existió en un par de chukkers. Después, la historia fue muy distinta. Inesperadamente distinta por las diferencias de juego y marcador. En su tercer partido en Palermo, el bicampeón dijo presente. Y con mucha fuerza. La Dolfina Jaeger LeCoultre superó con amplitud a Chapa Uno Toyota por 18-15 y el sábado próximo defenderá su corona del torneo más importante del mundo.
El partido tuvo paridad psicológica en los primeros dos parciales, y deportiva hasta el tercero. Luego, todo fue de La Dolfina, que incluso en los últimos 14 minutos desaceleró el ritmo de su contundente producción ya pensando en la final. Así, los números del cierre del sexto chukker mostraban una paliza de 17-10, y los del final del partido esos tres goles que maquillan con otro tono tanto la victoria como la derrota, según el cristal con que se mire.
Se habló de psicología. El segundo chukker terminó 5-5. Chapa Uno con dominio territorial y de juego. La Dolfina, aguantando. Para el futuro del partido, si los Heguy continuaban con ese ritmo, quedaban dos opciones. La primera, que se tratara de un partido muy malo de La Dolfina, lo que hubiese significado una rareza para un equipo que no suele mostrar baches en Palermo, menos a estas alturas del torneo. Para ganarles a Cambiaso y compañía en el Argentino Abierto hay que jugar un polo de mucho nivel, porque ellos siempre tienen un piso de calidad que obliga a esa exigencia.
La otra opción era lo que finalmente sucedió. La Dolfina, luego de 14 minutos de cierta desorientación, paulatinamente reaccionó. Moraleja: Chapa Uno no sacó ventaja en el comienzo, ni de goles ni de juego. Y el monstruo se despertó. En todo su esplendor. El partido cambió de rumbo. De las 13 faltas en los dos primeros chukkers (seis del ganador y siete del perdedor), a una en los dos siguientes. De un desarrollo aburrido a un partido corrido, de mejor juego, y que no subió sus acciones en la bolsa de la calidad sólo porque le faltó emoción en el epílogo, ya que el resultado estaba definido de mucho antes.
Decíamos: La Dolfina apareció. Y lo mejor es que lo hizo como equipo, en el que tal vez haya sido el mejor partido de juego colectivo del bicampeón argentino. Es lógico que el conjunto que tiene al mejor jugador del mundo caiga en cierta dependencia. La famosa Cambiasodependencia. Ayer, si existiese un reparto de merecimientos, seguro los dividendos se distribuirían en partes muy similares. Sépalo: el protagonista del partido no fue Adolfito, como suele suceder. Esta vez el jugador que marcó un antes y un después en el partido fue Mariano Aguerre.
Viajemos al comienzo del cuarto chukker. La Dolfina ya estaba arriba por 8-7 y comenzaba a despegarse. En la acción y en el marcador. Aguerre, entonces, entró en la cancha con Machitos Jazz, una de sus mejores yeguas. A los 3m11s del parcial, el bicampeón ya estaba 11-7, con tantos convertidos por su número tres, uno de ellos, el segundo, con un impecable córner que ingresó bien alto sobre los mimbres de Avenida del Libertador. Adolfo Cambiaso cerró el capítulo con un 4-0 y un marcador global de 12-7. Y, también, cerró el partido...
Es cierto: faltaban 28 minutos de juego por delante. Mucho camino por recorrer para lo que representa un partido de polo de largo aliento. Pero en ningún momento la victoria corrió riesgo alguno. Por méritos de uno y por defectos del otro. La Dolfina manejó el partido de manera excelente. Sin fisuras. Siempre lo tuvo en un puño. Máxima concentración. Cambiaso pidiendo la bocha, y los tres mosqueteros marcando como siempre pero, además, jugando y corriendo.
Señores, La Dolfina no fue La Dolfina de siempre. Fue un equipo mucho más abierto, ligero y de un juego vistoso para el ojo del espectador. Si no tuvo un mayor reconocimiento del público en el aplauso fue porque su pasado no es tan fiel a este estilo y porque la puntada final fue a media máquina. Pero se lo merecía...
Del otro lado hubo un equipo habituado a las proezas palermitanas que dejó en el palenque las hazañas. El golpe del 0-4 fue de nocaut. Literalmente. Bautista Heguy fue el líder de un equipo que no tuvo respuestas polísticas y que, por momentos, llegó a enredarse más que el rival. Una salida de fondo sirve como ejemplo, con Marcos Heguy haciendo un toque corto y dejándole la bocha a Bautista, que venía atrás suyo, para comenzar la jugada cerca de los mimbres. Señores, Chapa Uno no fue el Chapa Uno de siempre...
Si había alguna duda, La Dolfina la despejó. El campeón despejó todos los fantasmas. Lo espera la final. El sueño del tricampeonato sigue vivo. Muy vivo...
531 goles lleva Bautista Heguy en Palermo, con los nueve convertidos ayer; pero Cambiaso, que hizo ocho, alcanzó los 528 y, seguramente, lo superará en la final como el máximo goleador en actividad.
19 títulos de Palermo suman los jugadores de La Dolfina en total: Adolfo Cambiaso y Mariano Aguerre, con seis cada uno; Bartolomé Castagnola, tiene cinco, y Lucas Monteverde, con dos.
14 años pasaron desde que un equipo logró el tricampeonato en Palermo, cuando Chapaleufú ganó entre 1991 y 1993
Por Carlos Beer
De la Redacción de La NACION
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