El desafío para la Industria del Caballo en la Argentina es nuevamente
"Trabajar en forma INTEGRADA, HACIENDO QUE LAS COSAS PASEN"
Este año ¿lo lograremos?
Mario López Oliva

viernes, 31 de octubre de 2008

Caballos entre rejas para curar a niños y presos

ABC.es - Madrid,Madrid,Spain

Sábado, 25-10-08
María tiene diez años y acaba de descubrir la letra «i». Sufre una discapacidad psíquica del 65 por ciento por un parto que se complicó. En el colegio no distingue la derecha y la izquierda pero no duda ni un segundo a lomos de «Muñeco» o de «Nena», dos de los caballos que «viven» en la cárcel La Moraleja de Dueñas (Palencia). Entre sus muros y sus alambres ha crecido una experiencia terapéutica única en un centro penitenciario: equinoterapia impartida por reclusos voluntarios, expertos en caballos. La risa indisimulada de cada paciente -dieciséis niños casi todos afectados de parálisis cerebral- es la mejor carta de presentación del proyecto. ABC pasó un sábado con ellos en un patio en el que es muy fácil olvidar que se está en una cárcel, con cuadras, animales y pinturas que evocan libertad, donde los reclusos se mezclan con los niños y los padres, con los abuelos y los funcionarios de prisiones.
María no para quieta. Sus manos van de un caballo a otro esperando turno para montar. Jaime, alias «Mc Giver», un gigante al que los críos adoran y al que le faltan seis años para salir a la calle, le pide que sea paciente. Es el turno de Álvaro, atado a una silla de ruedas especial, que se comunica con pictogramas y con sus ojos de nueve años de los que brotan palabras a chorros. Le llevan al fisioterapeuta desde que nació, pero gracias a la equinoterapia «controla mucho mejor el tronco y el cuello y consigue estar erguido», explica su madre. Igual que Alberto, de cinco años, incapaz de mantenerse recto salvo cuando apoya su espalda en el pecho de Miguel -condenado a 25 años de prisión- y empieza a trotar sobre «Sevilla» o «Huracán». Alberto sufrió hipoxia por culpa de dos malditas vueltas de cordón umbilical enrolladas a su cuello. Su «profe» Miguel, que llegó a la cárcel con 19 años por una historia que le demuda la cara, lo abraza con ternura.
Faustino se alterna cada sábado con su mujer y una cuidadora para traer a su hijo Jorge, también de nueve años, a la terapia de Dueñas. Jorge nació prematuro y sufrió un derrame cerebral. El escepticismo está desterrado del vocabulario de estas familias. Carmen, la madre de Alberto, reconoce que la primera vez que vio a 500 presos juntos le impresionó pero entre los muros de La Moraleja se siente como en casa. No le interesa saber por qué cumplen condena Jaime, Miguel y José Ángel, alias «Cuqui», el tercero del equipo, que al día siguiente de nuestra visita va a pisar la calle por primera vez en diez años (le quedan otros cinco) para participar en una exhibición ecuestre. No es un permiso, es una salida acompañada, pero verá a su familia.
Aspace y un funcionario
Esta historia de vida, medicina, superación y afectos cruzados de Dueñas tiene muchos protagonistas. Los niños alumnos con sus ojos insaciables son los primeros. Todos son miembros de la Asociación de Parálisis Cerebral (Aspace) de Palencia. Jesús Pizarro, padre de María, es su vicepresidente y uno más en el patio carcelero. Hasta hace dos años el grupo con sus niños peregrinaba a un picadero a 60 kilómetros de Palencia para la terapia.
Jesús es amigo de Casimiro, funcionario de prisiones desde hace 20 años, padre de un experto en equinoterapia y defensor a ultranza de los cuasi extintos burros. Casimiro, que mantiene una relación de padre-hermano, con algunos reclusos maquinó su plan. Pidió dos caballos prestados y el día de la Merced, patrona de Instituciones Penitenciarias, montó una exhibición. De ahí a buscar subvenciones -el impulso de la directora de Instituciones Penitenciarias, Mercedes Gallizo, fue clave-, a convencer a todo el que pasaba y a conseguir animales para la terapia entre rejas.
Jesús y Casimiro sonríen al recordarlo sin quitar ojo de los pequeños que manotean en las sillas de ruedas por subir cuanto antes a «su» caballo. El mismo día se decidió, a golpe de convicción, poner en marcha un tratamiento para los niños de Aspace, y otro para reclusos de Dueñas: dos grupos de veinte internos con problemas psicológicos importantes como esquizofrenia o fobias que les impedían salir del módulo. Faltaban los monitores y los caballos aunque nadie estaba dispuesto a arredrarse. Los profesores los tenían dentro, como sabía bien Casimiro. Estaba Miguel, criado entre caballos, nieto de un maestro caballista en su Valladolid natal, sobrino de quien fabricaba las mejores monturas de la zona, y estaba «Cuqui», tratante de estos animales hasta que su vida se torció y acabó en prisión. «Ellos -en referencia a los críos- sí que son nuestra terapia. La única alegría que tenemos», murmura José Ángel. Para ambos montar a caballo es lo más parecido a un minuto de libertad. Pese a las reticencias de algunos funcionarios, la dirección les autorizó a pasar el tiempo necesario en ese patio que no huele a talego y en el que a veces se escucha a Camarón o a Ketama.
«Mc Giver» tenía que entrar a la fuerza en el grupo. Es el encargado de mantenimiento de Dueñas, el conseguidor y el manitas. Él levantó, con presos a su cargo, las cuadras donde de forma permanente hay cuatro o cinco caballos, todos regalados, unas joyas de animales sobre las que los niños cabalgan felices y relajados. Los tres presos suben y bajan a los pacientes, los llevan de un lado a otro, los abrazan con dulzura y sujetan sus cuerpecitos que se desmadejan al menor descuido.
Tienen dos quinésicos de apoyo, un fisioterapeuta y un pedagogo que trabajan para Aspace. Intercambio mutuo; sinergias de sentimientos. «La semana para mí va de sábado a sábado, es el único día que me siento vivo aquí dentro», confiesa Jaime. Álvaro lleva quince minutos con la sonrisa colgada dando vueltas a lomos de «Nena». María lo mira con envidia indisimulada pese a que empieza a saber lo que es la paciencia gracias a la hipoterapia. Las palabras nuevas ya no son para ella como mariposas que se escapan volando y es más fácil aprenderlas. Se atreve sola con dos de los caballos curativos y acaba de estrenar los estribos especiales de monta vaquera que le ha fabricado Jaime con sus iniciales grabadas: M. P. G. Su dedo índice recorre emocionado las letras que ya le suenan. Sonríe y vuelve al potro recién domado. Sólo ella lo acaricia.

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