El desafío para la Industria del Caballo en la Argentina es nuevamente
"Trabajar en forma INTEGRADA, HACIENDO QUE LAS COSAS PASEN"
Este año ¿lo lograremos?
Mario López Oliva

lunes, 21 de julio de 2008

Furia porque Estanislao López retenía su caballo.

Quiroga enojado en Tucumán

Furia porque Estanislao López retenía su caballo. Por Carlos Páez de la Torre (h) - Redacción LA GACETA.
TUMBA DE QUIROGA. El sepulcro del caudillo riojano, a la entrada de La Recoleta, coronado por una Dolorosa de mármol, obra de Antonio Tantardini. LA GACETA


Como es sabido, Juan Facundo Quiroga permaneció varias semanas en Tucumán, con posterioridad a su triunfo de 1831, en la batalla de La Ciudadela, sobre las fuerzas de la Liga del Interior que mandaba Gregorio Aráoz de La Madrid. El jefe vencedor tenía verdadera adoración por su caballo moro, y una de las leyendas que repetía el pueblo afirmaba que “consultaba” al equino antes de librar cada combate. Sobre este aspecto, Bonifacio del Carril transcribe, en su libro “El gaucho”, una curiosa carta del “Tigre de los Llanos”. Está dirigida al entonces ministro de Gobierno y de Relaciones Exteriores de la Confederación, doctor Tomás Manuel de Anchorena.
Juan Facundo Quiroga fechó su misiva en San Miguel de Tucumán, el 12 de enero de 1832. Según surge de la misma, el doctor Anchorena le había informado, en una anterior, que el gobernador de Santa Fe, general Estanislao López, le había retenido su caballo con el fin de devolvérselo luego. “En orden a lo que usted me dice del señor López, que pudo conservar en su poder mi caballo con la mejor intención”, decía Quiroga, “si no hubiera precedido que un amigo de mi confianza y de la del señor López se ofreció para conducirlo (al caballo) a mi poder, a lo que (López) se denegó, podría yo disculparlo”.
Pero, con esos antecedentes, “jamás persona alguna podrá convencerme de lo contrario”. Es decir, de que “mi general en jefe declaró buena presa mis intereses”. Advertía que evidentemente, para Anchorena, “es esto cosa muy pequeña, y que aún tiene por ridículo el que yo pare mi consideración en un caballo. Sí, amigo, que usted lo siente así no lo dudo”. Pero estaba seguro de que “pasarán muchos siglos para que salga en la República Argentina otro igual”. Y terminaba asegurando que “no soy capaz de recibir, en cambio de ese caballo, todo el valor que contiene la República Argentina”. Pensaba que lo expresado podía dar a Anchorena la justa impresión de que “me hallo disgustado aún más allá de lo posible”.

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