El desafío para la Industria del Caballo en la Argentina es nuevamente
"Trabajar en forma INTEGRADA, HACIENDO QUE LAS COSAS PASEN"
Este año ¿lo lograremos?
Mario López Oliva

jueves, 2 de octubre de 2008

El caballo fue un protagonista silencioso de nuestra historia

ElLitoral.com - Santa Fe, Santa Fe, Argentina

Desde hace nueve años se celebra el Día Nacional del Caballo para honrar a este animal que ayudó al argentino a forjar nuestra patria. La historia de esta fecha se remonta a 1928, cuando un suizo que había partido de Buenos Aires con dos caballo criollos -Gato y Mancha- llegó a Nueva York después de más de tres años de travesía.

Montado por indios, gauchos, próceres y soldados, el caballo ha sido uno de los protagonistas silenciosos de la historia de nuestro país, que ha ayudado al argentino a forjar esta nación. Con el fin de "celebrar la presencia y relevancia con que éste acompañó a la organización histórica, económica y deportiva de la República Argentina", la Ley 25.125 estipuló -en 1999- el 20 de septiembre como el Día Nacional del Caballo.

¿Por qué esta fecha en particular? Porque se conmemora el día en que el suizo Aimé Félix Tschiffely llegó a Nueva York, después de haber recorrido todo el continente con sus dos fieles pingos criollos: Gato y Mancha.

La raza criolla

En 1911 el Dr. Emilio Solanet eligió un grupo de padrillos y yeguas indias pertenecientes a la tribu de los tehuelches Liempichún -del sudoeste de Chubut- y lo llevó a su estancia "El Cardal", en Ayacucho. Él fue un propulsor y creador de la raza criolla.

Aimé Félix Tschiffely, un profesor suizo asentado en nuestro país, decidió demostrar la fortaleza de los caballos criollos recorriendo América. En 1925 se contactó con Solanet, quien le regaló dos caballos que pasarían a la historia: Mancha, un bayo oscuro, y Gato, un overo manchado, de 15 y 16 años, respectivamente.

Un desafío

Los últimos días de abril de ese mismo año comenzó la travesía que tendría a este trío como protagonista. Tschiffely partió de la Sociedad Rural de Palermo con el objetivo de atravesar el continente. Tuvo que resignarse a no llevar una carpa porque era demasiado pesada para el largo viaje que encaraba.

"Mancha era un excelente perro guardián: estaba siempre alerta, desconfiaba de los extraños y no permitía que hombre alguno, aparte de mí mismo, lo montase. Si los extraños se le acercaban, hacía una buena advertencia levantando la pata, echando hacia atrás las orejas y demostrando que estaba listo para morder. Gato era un caballo de carácter muy distinto. Fue domado con mayor rapidez que su compañero. Cuando descubrió que los corcovos y todo su repertorio de aviesos recursos para arrojarme al suelo fracasaban, se resignó a su destino y tomó las cosas filosóficamente", relató Tschiffely.

Obstáculos y amistad

Cruzaron varias veces la cordillera de los Andes, sobrepasaron los 5.900 metros de altura, soportaron el frío y el calor extremos y atravesaron ríos a nado. El viaje contó con 504 etapas con un promedio de 46,2 km por día. Cuando Tschiffely perdía las fuerzas para seguir, recordaba una frase que le había dicho Solanet cuando le había regalado los caballos: "Si usted resiste, mis pingos no lo van a dejar". Y así fue.

Meses de convivencia y peripecias afianzaron el lazo entre este hombre y sus equinos: "Mis dos caballos me querían tanto que nunca debí atarlos. Y hasta cuando dormía en alguna choza solitaria, sencillamente los dejaba sueltos, seguro de que nunca se alejarían más de algunos metros y de que me aguardarían en la puerta a la mañana siguiente, cuando me saludaban con un cordial relincho", recordó el suizo.

Logro

El viaje implicó 21.500 km, que fueron recorridos en tres años y cinco meses. Gato no llegó al destino final, ya que tuvo que quedarse en la ciudad de México porque estaba lastimado. Tschiffely logró su cometido y los últimos días de septiembre de 1928 -las versiones dicen que fue el 22 o el 23- entró a la ciudad de Nueva York, montando a Mancha.

Tres meses más tarde Aimé, Mancha y Gato volvieron a la estancia "El Cardal". Los pingos murieron en 1947 y 1944, respectivamente. Hoy se encuentran embalsamados, en exposición en el Museo de Luján Dr. Emilio Udaondo. Aimé Tschiffely falleció en 1954.

El caballo hoy

Si bien el caballo todavía es un compañero fiel y un colaborador irremplazable para el hombre de campo, el desarrollo urbano ha desplazado a este animal de nuestras vidas. Sin embargo, todavía lo vemos recorrer las calles de nuestra ciudad, tirando de los carros que recogen la basura.

El caballo es un animal trabajador y leal; sólo pide a cambio alimento y descanso dignos. Lamentablemente las postales que vemos a diario reflejan todo lo contrario. Víctimas del maltrato, estos animales soportan con resignación la crueldad del hombre.

En este sentido, la Asociación de Defensa los Derechos del Animal (Addera) -grupo caballos- trabaja codo a codo con la policía y jueces en lo correccional para hacer cumplir la Ley Sarmiento Nº 14.346, que prohibe actos de crueldad con los animales. Cualquier puede hacer la denuncia por maltrato de caballos llamando al comando o a la comisaría más cercana.

"En lo que va del año ya hemos retirado más de 30 caballos de la calle que estaban siendo maltratados", señala Indiana Grilli de Addera caballos. ¿Qué sucede con esos animales? "Son revisados y recuperados; luego los entregamos a personas adoptantes que cuentan con espacio verde y se comprometen a cuidarlos y jubilarlos. Esos caballos no vuelven a trabajar", explica.

Consultada acerca de qué sucede con las personas que pierden su caballo y no pueden salir con sus carros a recoger basura, Indiana asegura: "Esas personas no pueden tener a un animal a su cargo porque no saben cuidarlo. Estamos viendo con la Municipalidad la posibilidad de poder reemplazar al caballo tirando del carro por una bicicleta o triciclo que le permita a la persona continuar con su tarea".

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