El desafío para la Industria del Caballo en la Argentina es nuevamente
"Trabajar en forma INTEGRADA, HACIENDO QUE LAS COSAS PASEN"
Este año ¿lo lograremos?
Mario López Oliva

martes, 24 de febrero de 2009

Los chagras acicalan a los caballos salvajes

El Comercio (Ecuador) - Ecuador

En los rodeos de caballos y ganado de la Sierra se entrenan y se reunen las viejas y nuevas generaciones de chagras. En Yanahurco hubo un ritual.

Lorena Fernández, Redacción Cultura

Las espuelas rechinan como diminutas campanas, mientras el cuero apretado cruje en la suave oscilación de la montura, pero Juan Lasinquiza no escucha más que el vasto silencio del páramo.

El negocio de la chagrería
La parcelación de haciendas restó el número de rodeos. Actualmente hay tan solo cinco anuales en la región del Cotopaxi.
La mayoría de haciendas paga USD 10 al día durante rodeos, pero Yanahurco paga USD 20 por ser un espacio más grande.
Los chagras están presentes en Machachi, Cayambe y Píntag, Pichincha; y en los páramos de Chimborazo.

El joven de 19 años aprieta las riendas. Ni el frío del Parque Nacional Cotopaxi le molesta, pues ha vivido, como cuidador, ya casi un año en la hacienda Suruyacu .

Con paso lento se encamina al último rodeo de la temporada, que se realiza en la hacienda privada más grande de la Sierra, Yanahurco, un paraíso de montañas amarillas que se extiende en casi 26 000 hectáreas. Aquí, los caballos salvajes pastan libres entre venados, conejos, zorrillos y otros animales del páramo.

A mediados de marzo, Fernando Cobo, dueño de la hacienda, contrata a un grupo de chagras para reunir a los potros y darles un ‘mantenimiento’ que los ayude a estar sanos.

“Los primeros rodeos tenía prácticamente que cerrar las puertas, porque venía tanto chagra; 120, 130, ahora con las justas, y no tan expertos, vienen 40”, lamenta Cobo, y añade que los chagras han ido cambiando los caballos por las motos.

Es el primer rodeo de caballos para Lasinquiza, quien desmonta en Yanahurco antes de las 08:00.

Desde pequeño, el muchacho soñaba con ser un chagra, a pesar de que nadie en su familia conoce el oficio. Poco después de cumplir los 15, Lasinquiza dejó su pueblo natal, Angamarca, y se encaminó a Latacunga.

Trabajó como conductor de un tractor agrario, pero con la mira en el páramo. Ahora se puso el traje completo, con poncho de lana, zamarro hecho con pelo de chivo y un sombrero de cuero café que compró en Latacunga.

La cabalgata de este rodeo dura cuatro horas, nada más que un paseo en comparación con la cabalgata del rodeo de ganado, en Yanahurco, que demora 15 días.

Cobo detiene a su caballo frente a la fila de chagras formados. De lejos, la silueta del hacendado parece la de un vaquero de cajetilla: botas, sombrero y un tabaco a medio fumar. “Gracias a los rodeantes por venir, y a los invitados y periodistas”, empieza Cobo, en el ritual del extenso páramo. Los 13 chagras estarán acompañados por un grupo de 10 aficionados.

Enseguida Cobo explica que la cabalgata será hacia el sector de La Chorrera, dentro de la hacienda, donde rodearán a los caballos salvajes y los encaminarán hacia Jatapata, una mesa de pasto cerca de los potreros centrales.

Al comienzo de todo rodeo los chagras hacen un brindis. “Si no hay droga, no hay rodeo”, murmura, en tono jocoso, William Changoluisa y extiende a Lasinquiza un cacho de toro que se desborda con aguardiente. Uno a uno toman el trago, regando las últimas gotitas sobre el cuello del caballo.

Por ser nuevo en el grupo familiar de chagras, Lasinquiza es uno de los que deben quedarse en el camino para guiar la manada cuando el resto traiga a los potros hacia la casa de hacienda. El muchacho se sienta en su caballo a esperar, mientras una espesa niebla envuelve las montañas.

Los gritos ahogados de los rodeantes se van haciendo más fuertes, hasta que los primeros caballos aparecen entre la neblina.

Cuesta abajo por la ladera, los chagras se abren en grupos de tres y rodean la manada en un galope energético que termina a pocos metros de la casa de hacienda.

Changoluisa desmonta con la botella de aguardiente vacía. “Es para echar valor”, asegura el chagra de 35 años, quien ha repartido tragos toda la tarde y ahora busca otra botella para calentar la noche que se avecina.

Lasinquiza se acomoda con el resto en la ‘vaquedada’, una cama general que arman los chagras.

Con el rocío todavía fresco en el pasto, los rodeantes montan a Jatapata y regresan con los potros antes de las 09:00.

Los casi 80 caballos salvajes se agrupan, nerviosos, en las esquinas del corral mientras los chagras prenden una fogata donde calentarán los hierros para marcar a los animales.

“Parece que había más caballos el otro año”, duda Changoluisa, y cuenta que hace algunos años se traían hasta 200 potros al corral.

“Ya no hay gente aficionada a la chagrería, solo yo voy quedando”, bromea el rodeante, único de ocho hermanos que se hizo chagra como su padre.

Lasinquiza bate una cuerda sobre su cabeza y se acerca a los caballos. Enlazar a un potro no es tan difícil para el joven, pero sus manos suaves no resisten el tirón del animal que empieza a correr desesperado por el corral.

Otros dos chagras lo ayudan, enlazando también al potro y pasando cuerdas por sus patas para acostarlo. En el corral se ven varios caballos en el piso que esperan tranquilos la faena campera: los chagras les cortan los cascos, les inyectan una solución de desparasitantes y vitaminas, les cortan el pelaje y la cola; a los nuevos potros les marcan con el sello de Yanahurco.

El corral pronto se llena de un olor a piel quemada y de motas de pelo, que luego se vende para hacer alfombrillas de montura.

Este proceso de ‘peluquería’ es necesario para la supervivencia de los animales, pues el suave y húmedo terreno del páramo no desgasta los cascos, que crecen como un churo y causan que los animales se fisuren las patas.

Los chagras trabajan toda la mañana al son de música ‘chichera’ que suena desde una radio pequeña a un lado del corral. Los aficionados también ayudan a enlazar, pero después del descanso del almuerzo una llovizna baja el ánimo de los invitados y los rodeantes completan el trabajo solos en la lluvia.

Lasinquiza se calienta con tragos de aguardiente; así aprende a cortar cascos, y luego continúa tomando al final del rodeo. Por la mañana el muchacho sale de la ‘vaquedada’ con los ojos rojos y monta nuevamente, esta vez para el regreso a casa. En la mañana Cobo entrega USD 40 a cada chagra (por dos días) y les recuerda que el rodeo de ganado es en noviembre. “No es tanto por lo que se gana, sino por la afición”, concluye el muchacho.

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