El desafío para la Industria del Caballo en la Argentina es nuevamente
"Trabajar en forma INTEGRADA, HACIENDO QUE LAS COSAS PASEN"
Este año ¿lo lograremos?
Mario López Oliva

domingo, 16 de noviembre de 2008

Cuando el agua se vendía a domicilio

El Divisadero - Chile

Lunes 3 de Noviembre del 2008

Cándido Franch Thorm fue el primer industrial del agua en Baquedano. Llegó en 1930 y antes había trabajado en Santiago, frente a la Vega Central, donde muchos obreros con grandes canastos iban y venían por el restaurant La Bolsa, presurosos para cumplir los cotidianos trámites de llevar mercaderías para conseguir buenas posturas. La incipiente industria del agua marcó una gran diferencia con el Baquedano de las cunetas y zanjones, e incluso de los chorrillos de agua que caían de la Piedra del Indio o de la Cancha del Regimiento, lugares fáciles de identificar para aquellas familias que iban a llenar cántaros, baldes y palanganas para aprovisionarse del líquido elemento. Franch terminaría con todo eso el día que un carromato de 1.500 kilos sobre el que fijó un estanque de agua, salió a recorrer los barriales de una aldea que comenzaba a asomarse a la vida comunitaria. En aquellos días andaba junto a uno de sus primos en Santiago, quien le proyectaba las virtudes de una tierra de Aysén llena de futuro. Cuando vino a pasear el año 1930, se enamoró profundamente de esta tierra y decidió quedarse para siempre. Regresó en 1934 y armó una casa junto a su primo en Puerto Aysén, la capital, asociándose en el negocio de botillerías.

Fue en Junio que llegó al puerto, portando un pequeño maletín con sus enseres personales, y sus ahorros, que traía en billetes doblados que había sacado del banco antes de venirse. Eran billetes nuevos guardados dentro de un estuche de madera y que al llegar a esta tierra le serían confiados a don Fidel Henríquez Cornish, a la sazón Jefe de la Caja de Ahorros de Puerto Aysén. A medida que pasaban los días, el negocio de Franch con su primo prosperó. En poco tiempo se hicieron ricos, vendiendo mucho vino, licor y gaseosa a la gente de los campos y de otras localidades. El éxito logró que se independizaran, y don Cándido llegó hasta Baquedano donde empezó a pensar su industria del agua, al comprobar las enormes dificultades de los habitantes para aprovisionarse. Uno de los testimonios de chicos que trabajaron ahí y que hoy son octogenarios, señalan que había un pozo en calle Ignacio Serrano con Bilbao en un frente de 25 metros, al cual se accedía por una escala de alambre, divisándose el ojo de agua al fondo, que manaba de las profundidades de la tierra. Ahí llegaba día a día el caballo que Franch le compró al poblador Cea, un enorme animal que al año siguiente moriría de sobreesfuerzo. Cuando el carromato llegaba hasta la orilla del pozo, comenzaban los muchachos a accionar una bomba que succionaba el agua del fondo hasta llenar ese carro con 1.500 litros de agua. Acto seguido, los voceadores en número de diez se dispersaban por lo barriales ofreciendo el agua a gritos. Desde varias casas salían mujeres o familias completas con baldes o botellas a comprar el agua que tenía un valor de 1 peso con 50 centavos el litro. La industria del agua prosperó, pero no fue idea de Franch, sino del recordado subdelegado Maximiliano Casas Barruel, quien aportó con brillantes sugerencias para que Franch ejecutara el proyecto. Cándido Franch Thorm pasaría años más tarde a la segunda tercera etapa de su vida, según él cuando un palogrueso llegó de la Argentina a hacerle la competencia. Entonces firmó como socio del Club Deportivo Baquedano, se entreveró con las competencias de carreras o las truqueadas en el hotel Chible de la calle Moraleda y en poco tiempo formó parte de la vida social del poblado. Años más tarde nacería la Bodega la Catalana de la calle General Parra con Moraleda, donde sería agente de la CCU, de innumerables marcas de vinos, gaseosas y whiskies. Era la época en que el cinzano tenía un valor de Eº 1,90 y los Jugos El Vergel Eº 0,35.

Cándido Franch, nacido en Lérida, Orcao, español avecindado en Coyhaique, cuyo nombre prendió en el recuerdo de grupos y gentes, un hombre visionario que hizo que su industria del agua ayudara a los vecinos a superar escollos imposibles, un auténtico precursor del concepto de calidad de vida en la década de los años 30. Tenía casi noventa años cuando pudimos entrevistarlo en 1986, en circunstancias muy especiales, ya que había comenzado a escuchar nuestros antiguos programas radiales y ya se había interesado en hablar de aquel carromato, de aquel caballo, de aquel pozo, y de su emblemática Bodega de Vinos y Licores La Catalana, que junto a Velásquez y Elías Acevedo, constituían las más importantes de nuestra ciudad. Emparentado con antiguas familias coyhaiquinas, le perdimos tiempo después, hasta que supimos que había emprendido su último viaje.

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