El desafío para la Industria del Caballo en la Argentina es nuevamente
"Trabajar en forma INTEGRADA, HACIENDO QUE LAS COSAS PASEN"
Este año ¿lo lograremos?
Mario López Oliva

jueves, 8 de enero de 2009

Paseando por las salas del Museo del Prado

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Paseando por las salas del Museo del Prado, disfrutando de las pinturas de Velázquez, Ribera o Goya, el aficionado al caballo siempre repara en cuadros con personajes ecuestres, que son muchos, ya que en siglos pasados el ser caballero, montando un buen caballo, era signo de distinción y nobleza. Y, contemplando los caballos retratados con sus jinetes, te das cuenta que esos cuadros son los documentos que mejor nos definen como eran los corceles españoles hace cinco siglos.

Observándolos vemos que los caballos que pinta Rubens, y sobre los que cabalgan como jinetes Felipe II o el Duque de Lerma, son animales ligeros con cuellos livianos y fuertes y cabezas pequeñas.

Sin embargo, los que reproduce Velázquez en sus pinturas ya presentan un aspecto más pesado y barroco, reflejándolo sobre todo su voluminoso cuello y sus anchísimos pechos, empequeñeciendo las figuras de Felipe III, su sucesor Felipe IV o el príncipe Baltasar Carlos.

Y la pesadez, la masa, la mole del animal se acentúa en los cuadros de Goya que retratan a Carlos IV, su mujer la reina Mª Luisa de Parma o el general Palafox, que montan corceles demasiado corpulentos para considerarlos caballos españoles, y que además tienen una cabeza demasiado acarnerada, con orejas pequeñas, que marcan claramente su origen cetroeuropeo.

Valorando esta evolución morfológica vemos como se va transfigurando un caballo ligero de tipo hispano-árabe, pintado por Rubens, en un corcel barroco y napolitano, que reproduce Velázquez, para rematar en un caballo pesado, propio para el tiro de armones de artillería o para cargas de guerra de caballería pesada, que retrata Goya. Sin embargo la raza “hispano-árabe” sólo fué admitida oficialmente en España como “raza pura” muy recientemente, en el año 1986, en el que se aprueba el régimen de su stud-book o registro-matrícula.

¿Esto implica que el “hispano-árabe”, a pesar de sus huellas históricas, es un caballo de nueva creación, de diseño, un experimento racial de cruce que se le ocurre a algún funcionario de cría caballar? ¿Por qué otorgar tanto reconocimiento oficial y documental a un cruzado?

La respuesta precisa y acertada a estas preguntas requiere remitirse a los caballeros y jinetes que han montado los caballos españoles en sus faenas camperas, los han criado, estudiado y querido, y nos han transmitido su experiencia escribiendo sobre ellos.

Alvaro Domecq en su libro de memorias Mi vereda a galope, qué hermoso tíitulo para vida tan intensa, reconoce que la cuna del caballo español siempre ha estado en los amplios campos de Jerez de la Frontera, donde ya a finales del siglo XVI pacían cinco mil yeguas de vientre, destacando entre ellas las descendientes de los caballos de La Cartuja, especialmente de el Esclavo, semental tordo oscuro de cinco dedos de talla y relucientes cabos. Por uno de sus descendientes el Zar de todas las Rusias paga en el año 1800 setenta mil reales, valor, entonces, de una buena dehesa de la zona. Según reseña D. Alvaro en la página 224 de su libro este caballo es producto de ”la cruza felicísima de los hispano-árabes que hicieran ya en 1778 los cartujos”.

Y es que el caballo originario andaluz, el que se empleó desde el siglo XV en las faenas de campo, en el tiro de carruajes, en la guerra y en las fiestas y romerías, era sustancialmente distinto al que conocemos ahora. El corcel que comienzan a mejorar los frailes cartujanos a finales del siglo XVIII, cruzándolo con el árabe, nos lo describe muy bien el caballero sevillano D. Carlos Conradi Lizaur en su libro Lances de garrocha, al hablarnos de la sangre de los caballos de acoso y derribo: “Hasta hace relativamente poco, los caballos más frecuentes en los correderos, casi los únicos, eran los españoles, Pero españoles que lo eran por el mero hecho de haber nacido en España, sin más carta de origen ni laberintos. Hijos de yeguas mulateras (la cría del mulo tenía entones tanta importancia como la industria del tractor hoy) y de los caballos de la misma raza, eran grandes, huesudos, cabezones, escurridos de grupa y con mucha cincha. Caballos de los del tipo que aún se conservan en Portugal y que algunos denominan ibéricos. Para el trabajo eran extraordinarios, para el cuido los más sufridos del mundo y para el ganado de un valor rayando en la temeridad. De temperamento más bien linfático, cuando se les excitaba y exigía respondían con presteza y una voluntad sin límites. Comparados con lo que hoy descolla en los correderos, estaban ligeramente faltos de pies, de reflejos y de masa muscular. Hoy, este tipo de caballo, prácticamente ha desaparecido del campo. Ya no quedan piaras de yeguas para mulos y la moda del cartujano y las paradas de sementales oficiales han acabado, por absorción, con el tipo originario. Lo que se conoce como caballo de pura raza española (P.R.E.) no deja de ser la raza anteriormente descrita mejorada por el árabe que le da enorme belleza y elegancia de movimientos.”

Parece evidente que de las citas textuales de estos dos autorizados escritores y caballeros se desprende que la raza árabe cambió, para mejor, la morfología, la velocidad y también los aires del caballo originario andaluz. En fin, estos testimonios ratifican una impresión que los aficionados al caballo siempre hemos intuido viendo los movimientos, cuellos y grupas de determinados caballos “de pura raza española” que, sin embargo, no pueden ocultar su clara y directa ascendencia árabe.

Veamos, por ejemplo, la mención que se hace del semental Hechicero, de la ganadería de D. Manuel Guerrero, del que proviene toda una saga de estupendos équidos criados por la Yeguada Militar. Este animal, fundador del P.R.E, se describe como “un caballo que a pesar de su gran alzada y masa, parece tener sangre árabe por las líneas de su cabeza, cuello y grupa”.

De Lebrero, ascendiente directo de sementales tan prolíficos como Maluso y Agente, criado en la ganadería de los Sres. Hermanos Bahones, se precisa que los perfiles de la cabeza y grupa y la inserción alta de la cola le acercan indudablemente al árabe, aún cuando conserva el hocico acuminado y el cuello subconvexo del andaluz.

Y, como último ejemplo, otro caballo fundador como Hechicero III, de la ganadería del Sr. Marqués de Negrón, se describe como un caballo que, sin carecer de caracteres raciales españoles, parece traslucir sangre árabe.

De las citas de autoridad referidas anteriormente y de la descripción de estos caballos fundadores de la raza se deduce claramente que la expresividad, armonía y ligereza que ha trasmitido la sangre árabe cuesta ocultarla en muchos caballos españoles, aunque se obstinen en motivar lo contrario los “puristas” del P.R.E. D. Alvaro Domecq se ocupa de esta controvertida y espinosa cuestión con la misma distancia y cariño con la que suele contemplar la estampa de sus toros, montado en una esbelta y poderosa jaca castaña, al afirmar en la página 236 de su libro que “los ganaderos hablan de pureza integral, como si la pureza total también fuera virtud en los caballos. Un toque de árabe en la yegua española (a la tercera o cuarta generación ya no queda ni gota) permite transmitirle la belleza indiscutible de aquel caballo, unida, por si fuera poco, a una agilidad, resistencia y fuerza fuera de lo común”.

Afortunadamente las pruebas de hemotipia y filiación compatible introducidas por Cría Caballar hace algunos años han terminado con posibles contaminaciones o gotas de otras sangres. El caballo español está en estos momentos perfectamente definido, “entipado”, tanto en su aspecto morfológico como en movimientos y comportamiento. Precisa es, a estos efectos, la reflexión que el coronel Juan Llamas recoge en su libro Este es el caballo español: “Como consecuencia de la prosperidad mundial, dentro y fuera de nuestras fronteras, los medios de transporte mecanizados han ido haciendo desaparecer paulatinamente la tracción de sangre. Comienzan a verse menos aquellos dorsos largos, aquellos cuellos cortos y gruesos, los pechos amplísimos y las cuartillas cortas y anchas. Parecía llegado el momento del resurgir del buen caballo de silla, del caballo galopador para el campo y la alta escuela, del caballo con sentido torero, con corazón, cabeza y buenos pies, cuando entra en escena un nuevo factor que va a conseguir un retraso apreciable en esa cita, en ese reto que tenía el caballo español para encontrarse consigo mismo. Es una nueva demanda, una masa compradora adinerada del uno y del otro lado del Atlántico. Ha dejado por unas horas, por unos días, su gran despacho inmobiliario, su bufete de gran prestigio, su consulta para millonarios. Son los dirigentes de grandes empresas, los altos ejecutivos. Para cualquiera de estos reyes la juventud pasó hace tiempo. La artrosis acecha, las vértebras comienzan a causar problemas y la curva de la felicidad asoma con descaro en un perfil que perdió la lozanía. Sin embargo quieren caballo. Un caballo que se adapte a sus condiciones físicas y a sus deseos. El caballo más espectacular del mundo, el más cómodo, el más noble, el que llame la atención sobre todos: el caballo español. No importa que sus pies no sobrepasen las huellas de sus manos al galopar. No importa que corvejones y riñones no consigan el feliz acuerdo que hace del caballo un atleta. Se pide, se exige, la falta de carácter y temperamento, precisamente lo que necesita un jinete que hace tiempo perdió la plenitud de sus facultades físicas. La reacción del criador no podía ser más que una: producir el caballo para esa demanda. La selección, ante el dilema de elegir fogosidad, rapidez y temperamento o belleza y linfatismo, no tuvo más remedio que decidirse por lo último”. Le deseamos al caballo de pura raza española que continúe con su espectacular galope por su larga vereda.

Pero por otros caminos y cañadas ha comenzado a verse marchando, galopando, recortando, resistiendo, brillando un caballo distinto, más vivaz, menos pesado, con mucho motor y con una envidiable mezcla de nobleza y carácter…EL CABALLO HISPANO-ARABE.

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Curro.
"La vida, realmente, no es el tiempo que pasa, sino aquellos momentos en los que el tiempo parece no pasar"

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